Hola, soy Carlos de Otto. Ayudo a financiar Startups desde Startupxplore. He creado un par de empresas en el camino.
Estás leyendo Senda, mi publicación semanal, para aquellos que se enfrentan al reto de emprender.
Carlos.
Una de las cosas con las que llevo conviviendo desde que decidí emprender es la incertidumbre.
Elegí arriesgar y así acceder a oportunidades que no se presentaban en mi carrera profesional. Era ambicioso, ingenuo, me creía capaz de todo y me lié.
Ahora la incertidumbre es un fenómeno social que se ha instalado en nuestras vidas.
Volveremos a salir de vacaciones, a cenar, a ver a los amigos, pero no volveremos a muchas de las certidumbres a las que como sociedad estábamos acostumbrados.
La incertidumbre ha venido para quedarse. En realidad no ha venido, ha vuelto, o mejor dicho, no se ha ido nunca.
¿Qué queremos decir cuando hablamos de incertidumbre?
Cuando hablamos de incertidumbre no estamos hablando de qué va a pasar con los mercados, o en las próximas elecciones. Hablamos de no saber lo que va a ocurrir el trimestre que viene con tu trabajo, tu salud, o las relaciones personales. Proyectar es una quimera.
El 2020 nos ha enseñado que casi cualquier cosa puede ocurrir. Tu trabajo desaparece de un día para otro por razones ajenas a tu control, o no te puedes ir de vacaciones esta Semana Santa, como tenías planeado. Hemos visto cosas como que debes evitar ver a tus nietos por si te contagian algo potencialmente mortal, que en EEUU también dan golpes de Estado, o que ni siquiera el dinero vale dinero ya.
Durante mucho tiempo, unos 50 años, hemos creído que podíamos batir las dinámicas de la vida, que los estados nos podían proteger o que el crecimiento económico sería para siempre... y ha vuelto la realidad a recordarnos de qué va la vida.
Que vaya por delante: este post no es pesimista. Este post celebra la vida con toda su intensidad, pero para eso debemos entender que la incertidumbre es una parte fundamental de la misma.
Tanto es así, que eso es lo que hace que exista la vida, y que estemos aquí.
Una lucha histórica
Esta lucha del hombre por saber cómo es el mundo, es muy antigua. Todo es cambiante y buscar lo permanente, que tranquiliza el espíritu, es uno de los instintos que lleva a los hombres a filosofar como estamos haciendo hoy.
Pitágoras se consolaba con las matemáticas, dado que explican el mundo sin la necesidad de la observación sino con el pensamiento, pudiendo llegar a verdades universales como la existencia de Dios.
Sin embargo, la doctrina del fluir o cambio perpetuo, tal como lo enseñó Heráclito, es dolorosa, y la ciencia no logra refutarla. Los filósofos han buscado con gran ahínco aquello que no esté sometido al imperio del tiempo, algo universal racional a lo que agarrarse, sin conseguirlo.
Mucho después de los pre-socráticos, en 1966, Richard P. Feynman, explicaba que la ciencia, a diferencia de las matemáticas, intenta comprender el mundo mediante la observación y la experimentación. Y en ese camino la mecánica cuántica ha descubierto la absoluta incapacidad de la ciencia de predecir exactamente lo que va a ocurrir en una circunstancia determinada.
Ni siquiera es predecible cómo se comportarán las cosas de las que estamos hechos, los átomos, como para predecir nada más.
Cómo vivir con incertidumbre
Como vemos esta lucha es muy antigua. ¿Qué podemos hacer? Aprender a vivir.
Hay miles de millones de personas que llevan viviendo con máxima incertidumbre, incertidumbre diaria, toda su vida. Hablamos de esos países donde la felicidad reside en que hoy he podido comer, tengo donde dormir y mi vida no corre peligro. No estoy hablando de países en guerra ni nada parecido, sino millones de personas en el mundo cuya máxima para vivir son esas tres cosas.
Estas personas no saben cómo va a ser mañana, pero saben que hoy ha acabado bien. Estas personas viven sin proyectar, no planifican qué harán en Navidad, ni el próximo verano, viven la vida al día porque cada día es una nueva lucha por la supervivencia.
Los animales viven así también. Cuando le dáis de comer a vuestra mascota, acude como si fuera la primera vez en su vida que come. Y piensas: ¿no te has dado cuenta de que te doy de comer todos los días? No lo saben. Lo esperan, pero no tienen ninguna certeza de que vaya a ser así y no se quedan tranquilos hasta que han cenado. La mitad es hambre, la otra, la tranquilidad de saber que el día ha acabado bien.
Aunque no vivamos en una fabela a las a fueras de Sao Paulo, a veces en nuestra protegida vida, nos enfrentamos a circunstancias extremas. Problemas de salud graves, situaciones límite empresariales, todos hemos vivido alguna. En estas circunstancias los días son muy intensos, de repente nos olvidamos de todo lo demás, y mañana está muy lejos. Estas circunstancias te enseñan a vivir el día a día. Aprendes a valorar los días buenos y a gestionar los malos, porque tanto unos como otros duran 24 horas. Y así debe ser.
La incertidumbre frente a las vehementes esperanzas y temores es dolorosa, pero hay que soportarla si deseamos vivir sin apoyarnos en consoladores cuentos de hadas. Bertrand Russell.
Sé que en nuestra sociedad no se entiende esta manera de vivir o de sufrir, pero es la más real posible. No se trata, como dicen las frases buenistas, de aprovechar cada momento, sino aprender a vivir sin saber qué harás en Semana Santa y disfrutarlo.
Vivir así es intenso y agotador. A lo mejor vivir la vida es eso.
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